«Los guardias de seguridad vigilan lo que el alumnado hace después de clase». Historias sobre la educación en los territorios ocupados

Estudiar en dos turnos, patrullas para impedir que el alumnado reciba clases virtuales de colegios ucranianos y un «sótano» [cámara de tortura] para padres cuyos hijos asistan a colegios ucranianos. En los territorios ocupados, esos son los posibles escenarios para la población escolar que intenta recibir una educación ucraniana además de la rusa obligatoria. Algunos han intentado encontrar una salida a este laberinto y han llegado incluso a estar dispuestos a falsificar la firma de sus padres para entrar en un colegio ucraniano. En ocasiones, cursos enteros han informado de estar asistiendo a clases en línea bajo el sistema ucraniano. Mientras tanto, otros, que no han podido soportar las amenazas, han elegido el programa escolar de las autoridades de ocupación.
Los colegios ucranianos que se encuentran bajo ocupación tras el inicio de la invasión a gran escala imparten las clases en línea. Aunque haya menos alumnado, la asistencia todavía es regular. Las familias están ideando rutas para que los jóvenes puedan salir de los territorios ocupados y presentarse a las pruebas ucranianas de acceso a la universidad para poder entrar en una universidad ucraniana.
Bajo la ocupación, la educación ucraniana ha pasado a ser sinónimo de una población escolar repartida por todo el mundo, que asiste a clases de forma virtual. En los territorios ocupados, algunas páginas de los libros de texto están pegadas entre sí para impedir que se vea el escudo ucraniano. En este artículo, Suspilne habla de la educación durante la guerra.
«La lengua ucraniana se había enseñado hasta 2020 y en ese momento se suprimió». En aquel momento, [los rusos] ya se estaban preparando para la anexión».
«Desde que tengo uso de razón, supe que estudiaría en Kiev», dice María, de 17 años. Este no es su nombre real. Además, tampoco habrá detalles en el texto que puedan revelar su identidad. María procede de la parte ocupada de la región de Donetsk. Toda su vida ha ocultado su postura proucraniana y el hecho de haber estudiado en dos colegios: el de la ocupación y otro al margen de este.
Estamos sentados en uno de los espacios de coworking de Kiev y está claro que María está nerviosa. En los 10 años que ha pasado al otro lado de la línea de demarcación, María ha recibido clases de corte propagandístico en un colegio de la localidad, ha hecho viajes para presentarse a las pruebas de acceso a la universidad y ha pasado horas de aterradora espera en los puestos de control de la región de Donetsk. María apenas tiene valor para hablar sobre cómo será conocer a sus nuevos compañeros.
«Siempre creo que me voy a encontrar con gente que trabaja para el FSB. Que intentarán ganarse mi confianza y luego me trasladarán [a Rusia]», afirma.
La guerra empezó cuando María tenía seis años. Acababa de terminar primero de primaria. María recuerda este periodo en fragmentos: se fue con su madre y su hermana a la península ya ocupada de Crimea para esperar allí a que terminaran las hostilidades. En cierta ocasión llamaron a su padre para decirle que tenían la intención de volver pronto, pero recibieron un escueto «no» por respuesta. Las vacaciones forzadas en Crimea continuaron en Zaporiyia. Allí asistió a las clases de segundo de primaria durante un mes.
«En mi colegio [en la región de Donetsk], empecé las clases de segundo el 1 de octubre. Quedaban pocos compañeros de clase, unos quince de los 33. Pero nos alegrábamos cuando alguien volvía», recuerda. «¡Y teníamos clase de lengua ucraniana! Hasta octavo, es decir, hasta 2020. Una clase quincenal de 90 minutos; obligatoria para todos, no opcional. Luego la quitaron. No recuerdo qué explicación dieron, pero parece que ya estaban preparando la anexión».
Los libros de texto ucranianos no desaparecieron inmediatamente de las bibliotecas escolares. Fue en quinto cuando María recibió por primera vez libros aprobados por el Ministerio de Educación ruso. Hasta ese momento, al alumnado solo se le ordenaba que pegara las páginas que contenían el escudo de Ucrania y el himno nacional. «Si las páginas no estaban pegadas, te decían: “¡Pégalas, rápido!”».
María muestra fragmentos de libros de texto rusos en su teléfono. Uno de ellos fue escrito por Vladimir Medinsky, antiguo Ministro de Cultura de Rusia, y que actualmente dirige la «Comisión para la Ilustración Histórica». Habla de un «golpe de Estado» [en Ucrania], de rusofobia, de «reescribir la historia» y de «escuadrones de castigo ucranianos».
«¿Cómo lograste hacer una valoración crítica de todo esto?», le pregunto.
«Gracias a mis padres», contesta María. «Creía en todo lo que me decían porque son mi familia. Luego empecé a ver cómo trabajaban las autoridades rusas [de ocupación] y entendí que todo era verdad».

Tras acabar séptimo, María empezó a asistir a un colegio más. Sus padres la matricularon, en la modalidad virtual, en el colegio más cercano del territorio controlado por Ucrania. En aquel entonces, eso era la ciudad de Volnovakha. Todos los días se enviaban al alumnado grabaciones en vídeo de las lecciones, así como material adicional y deberes, en su mayoría escritos.
La familia de María también visitaba Volnovakha para ir de compras, puesto que los precios en el territorio ocupado eran más altos. Sin embargo, con el comienzo de la guerra a gran escala, la ciudad fue ocupada y destruida por los rusos. Desde entonces, la familia de María empezó a ir de compras a la región de Rostov. María se cambió a otro colegio ucraniano de enseñanza a distancia.
«Estudié de forma asíncrona. Es decir, asistía a las clases en línea cuando podía. Una vez cada dos semanas había un tutoría en línea de cada asignatura: el jueves, de Ucraniano, el lunes, de Física, y así. El alumnado que asistía a clase podía recibir alguna ventaja y más atención del profesorado. Los profesores eran buenos», apunta. «Al final, aprobamos los exámenes. Aprobé todas las asignaturas un mes antes del final [del curso]. Este año he hecho todas las tareas en una semana».
María reconoce que no le gusta la educación virtual y que estudió en un colegio ucraniano para poder entrar en la universidad. Sin embargo, comenta que sigue sintiendo que la educación es escasa, puesto que la escuela de la región de Donetsk también adoptó la modalidad virtual con la llegada de la guerra a gran escala.
«Para nosotros, todo [la escalada de las hostilidades anterior al comienzo de la invasión a gran escala] empezó un poco antes. El 18 o 19 de febrero ya empezó todo: las sirenas, la evacuación, los ataques constantes [sobre Ucrania] con “Grad” y “Uragan” [sistemas de cohetes de lanzamiento múltiple]. Yo estaba en noveno. Tuvimos un parón escolar de un mes y luego anunciaron que la enseñanza pasaría a ser a distancia, pero no hubo clases en línea y los exámenes de fin de curso se cancelaron», recuerda la joven.
Dice que después del noveno curso dejó de estudiar y empezó a prepararse para ser admitida en [la universidad de] Kiev. Durante la ocupación, María solo asistió con regularidad a las clases de Estudios Sociales; en aquel momento ya había elegido el campo de la sociología, así que se disponía a aprender todo cuanto pudiera serle útil en el futuro. La joven recuerda otras clases con indignación:
«Por ejemplo, las de literatura rusa. En esta literatura se habla mucho de guerra. No entiendo por qué no adaptaron el programa académico para estos territorios [inmersos en un conflicto activo]. Todos mis compañeros tienen traumas de guerra; es difícil para todos. Sin embargo, nadie tiene en cuenta que la guerra puede traumatizar de nuevo. La psicóloga del colegio tampoco hablaba de ella. Tuvimos varias reuniones generales: “Hablemos sobre la orientación profesional...”, pero nunca nos enseñaron a afrontar las consecuencias de la guerra».
A principios de la primavera de 2024, María y sus padres se encontraban decidiendo en qué país podría María presentarse a las pruebas ucranianas de acceso a la universidad. Buscaban la opción más fácil: pasar cuatro días viajando no era lo más adecuado y atravesar Bielorrusia, con los interrogatorios que les harían allí, tampoco era una opción. Así pues, se decidieron por Azerbaiyán. Aquellos meses fueron difíciles para la joven. Estaba nerviosa y temía por su familia. Ella, como menor, podía escapar a los interrogatorios, pero el riesgo era mucho mayor para sus padres. Sin embargo, al final consiguieron marcharse. Inventarse que el motivo del viaje eran unas vacaciones funcionó y los guardias fronterizos solo mostraron interés por saber de dónde habían sacado el dinero para el viaje.
«¿Cuánto costó?», pregunto a María.
«Sinceramente, no lo sé», responde. «Sin embargo, sé que el trayecto desde la región de Donetsk a Kiev cuesta 250 dólares por persona».
250 dólares para el trayecto de María a Kiev. Otros 500 dólares para el de sus padres, que la llevaron a la capital. Y el mismo importe para volver al territorio ocupado.

Ahora María estudiará en la modalidad presencial por primera vez en tres años. La joven sonríe porque por fin recibirá una educación normal y completa. No pagará por ella, ya que logró obtener una plaza de las denominadas «Cuota-2», financiadas con cargo a los presupuestos y destinadas a los solicitantes de los territorios ocupados. Las de «Cuota-1», por su parte, están dirigidas a personas huérfanas, con discapacidad, a quienes hayan participado en conflictos o a víctimas de la Revolución de la Dignidad. En el marco del programa «Cuota-2», solo se asignaron dos plazas para sociología, carrera a la que podía accederse aprobando las correspondientes pruebas de acceso.
Por último, le pregunto si alguno de sus compañeros de clase de la región de Donetsk va a estudiar en universidades de los territorios controlados por Ucrania. María me mira fijamente a los ojos y guarda silencio.
«¿Nadie?», le pregunto de nuevo.
«Nadie», corrobora. «Recuerdo que en la clase de Estudios Sociales, la profesora preguntó que quién tenía pensado mudarse después de la graduación. Casi todo el mundo levantó la mano. La profesora exclamó: «¡Qué pena me da! ¿Quién va a reconstruir nuestra región?». Es decir, la gente ya se había dado cuenta de que allí no tendrían futuro. Su única opción era escapar».
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