Stories of four teenagers about life during and after the occupation - about fears, losses, hope, and the desire to have a normal life

16-year-old Vitalii, who survived the occupation in Kherson region, notes that he is not making any plans and has no special dreams. Because tomorrow may not come. He realized this in the pit with pig entrails, in which the Russians threw him. 18-year-old Anna lived in the occupation for 10 years and learned not to tell anything and not to ask too many questions. 16-year-old Inna lives in Norway and says that, just like in the occupation, she lives in the "survival mode". After 10 years of living among the Russian propaganda and fakes, Evelin chose to live in Ukraine. She is learning to get used to the thought that she may never visit her hometown again.
They are Ukrainian teenagers who survived the Russian occupation. Some went to the Ukraine-controlled territories or abroad, some lived under the occupation until liberation. That is why they can tell about their experience. Those who remain under occupation cannot tell their stories yet because it is literally a matter of survival and safety.
According to the NGO Centre of Civil Education "Almenda", there are currently more than 615,000 school-age children in the temporarily occupied territories. They live in difficult and dangerous conditions. The occupying authorities draft Ukrainian boys to the Russian army, send teenagers to "military-patriotic camps" for "re-education", and send children for adoption to Russian families.
Human rights activists report that teenagers and children are captured, intimidated, tortured, and killed in the occupied territories.
We have collected the stories of four teenagers about life under occupation and after it — stories about fears, losses, hope, and the desire to just have a normal life.
«Me llevó tiempo acostumbrarme a la libertad y al hecho de estar a salvo»
Evelin Biankpin Akassi, 18 años, Donetsk - Kiev
Evelin tiene 18 años. Nació y creció en Donetsk. Tenía ocho años cuando la ciudad fue ocupada. Hace un año, Evelin dejó Donetsk. Ahora estudia en la Universidad Nacional de Tavrida, nombrada en honor de Vernadski, que fue trasladada de la región ocupada de Crimea a Kiev en 2015. «Como persona desplazada internamente, buscaba una universidad que también estuviera desplazada dentro del país», comenta la joven con una sonrisa. Aceptó contar su historia porque cree que puede ayudar a que otros adolescentes de los territorios ocupados se atrevan a mudarse a las zonas controladas por Ucrania. «Cuando salí de Donetsk, no sabía nada: cómo conseguir un pasaporte ucraniano, cómo entrar en la universidad, dónde iba a vivir ni qué expectativas debía tener en general. Ahora puedo decírselo a los demás: aquí todo les irá bien».
Evelin habla bien ucraniano, aunque sus lenguas maternas son el ruso y el francés (su padre es de Costa de Marfil). Dice que ya se ha adaptado a Kiev y que lo más difícil fue acostumbrarse a la libertad: a poder escribir, decir y leer lo que quisiera. Además, añade que ahora siente que está donde tiene que estar.
Esta es la historia de Evelin:
— En 2014, cuando todo empezó, yo era una niña. En aquel entonces no entendía gran cosa y apenas recuerdo nada de aquella época. Sí me acuerdo de que mis caramelos de gelatina favoritos, los «Bee», dejaron de estar a la venta y que los dibujos animados en ucraniano desaparecieron de la televisión. Eso me disgustó. Mi padre no vivía con nosotros por aquel entonces y mi madre intentaba protegerme de la guerra, así que no me contaba nada. Solo me dijo que no duraría mucho. Sin embargo, pronto comprendí que nada volvería a ser como antes.
Nuestra familia siempre dio mucho valor a la educación. Teníamos una gran biblioteca en casa. Durante la ocupación, quise conocer mejor la historia de Ucrania y aprender la lengua ucraniana. Sin embargo, ya en 2016 no pude encontrar los libros necesarios en Donetsk. Sobre todo, libros de literatura clásica. Las bibliotecas no podían prestarlos ni las librerías venderlos, así que yo iba preguntando [por tales libros] a mis conocidos. Así fue como encontré Kobzar de Shevchenko y libros de Iván Frankó y Lesya Ukraínka.
Cuando todo empezó, yo estaba en tercero. Muchos niños se fueron aquel año. Desde entonces no he vuelto a ver a muchos de mis compañeros. Sospecho que les pasó algo; nuestra zona estaba siendo objeto de intensos ataques en esos momentos. Algunos de los que se habían marchado regresaron más tarde. La gente no sabía qué hacer. Nosotros, que éramos pequeños, entendíamos aún menos. En el colegio había mucha violencia. Un chico de un distrito de Donetsk llamado Kiev fue trasladado a nuestra clase porque se la consideraba más segura. No obstante, mis compañeros le pegaron y el chico acabó en la unidad de cuidados intensivos. ¿Por qué? Porque esos chicos escucharon a los propagandistas rusos decir que en Kiev estaba el Maidán, que había nazis, que Kiev era algo malo. Sin embargo, el chico no venía de la ciudad de Kiev, sino de un distrito [de Donetsk] que casualmente se llama Kiev. ¡Un disparate! Pero así fue.
El colegio cambió inmediatamente al ruso, aunque hasta 2020 todavía teníamos una clase de lengua ucraniana cada dos semanas. La profesora impartía la clase en ruso. El alumnado la trataba muy mal. Recuerdo que en 9.º, allá por el año 2020, un compañero de clase dijo que no necesitaría el ucraniano en su vida. A continuación, empezó a volcar los pupitres y a gritar, y otros compañeros se le unieron. A la profesora le dio un ataque de nervios. Antes de 2014, el colegio era un colegio ucraniano y todo iba bien. Quizás fue la propaganda lo que nos afectó tanto.
En una ocasión, cuando me preparaba para los exámenes de Historia de Rusia, me di cuenta de que algunos hechos se contradecían. Al buscar más información en Internet, encontré algo completamente distinto de lo que nos habían dicho en la escuela. Así pues, poco a poco se fue haciendo evidente que la realidad era bien distinta a lo que nos habían contado.

Yo no quería quedarme en Donetsk, así que pensé en irme a Canadá. Sin embargo, cuando comenzó la invasión a gran escala, me di cuenta de que quería vivir y estudiar en Ucrania. No fue una elección fácil. Como acabé el instituto con unas notas muy altas, me habían prometido una plaza gratuita en la Universidad Estatal de Moscú. Y aunque sabía que allí lo tendría más fácil, me negué a ir porque no era realmente lo que quería.
Entonces hablé con mi madre y le conté que estaba a favor de Ucrania y que quería irme. Mi madre me contestó que me apoyaba. Me dijo que si lograba reunir dinero suficiente para vivir y estudiar en Kiev, no tendría problema en que me fuera. Así pues, conseguí un trabajo en un salón de belleza.
Con el comienzo de la invasión a gran escala, la población de Donetsk empezó a marcharse. Había, por ejemplo, programas para intercambiar un apartamento de Donetsk por otro en Rusia. En cambio, llegaron muchos oficiales rusos y sus familias. Tenían mucho dinero y lo derrochaban. Eso hizo que los precios subieran bruscamente y que los lugareños empezaran a vivir notablemente peor. La sensación que se tenía era la de que sobrabas en tu propia tierra natal.
Me fui atravesando Rusia, Bielorrusia y Polonia. Yo sola. Fue agotador. Me daba miedo la carretera. Me daba miedo fracasar, no hacer realidad mi sueño, no encontrar mi sitio. Que el objetivo que me había propuesto fuese tan inalcanzable que no llegase a justificar los riesgos que estaba asumiendo.
Cuando llegué a Kiev, tomé la decisión consciente de hablar en ucraniano. Me llevó tiempo acostumbrarme a la libertad y al hecho de que ya estaba a salvo. El segundo día compré Crónica de los tiempos pasados, de Néstor el Cronista. Fue el primer libro de mi biblioteca en Kiev.
Echo de menos Donetsk y a mi madre. Me duele pensar que quizás no vuelva nunca. A veces me escribe gente de los territorios ocupados y me preguntan cómo entré en una universidad ucraniana. Quizá alguien lea mi experiencia y decida irse a Ucrania en vez de a Rusia. Para mí es muy importante rodearme de personas que sean conscientes de la situación y que no tengan miedo de trabajar por el cambio.
